contar y callar con cierto asombro

algunos cuentos del LIBRO con cierto asombro

CONTAR Y CALLAR. A MODO DE PRESENTACIÓN

Cuando me preguntan qué libro prefiero de todos los que he escrito, primero respondo que el último, luego digo que todos, porque no se puede elegir un hijo frente a otro; por último, cuando he recapacitado un poco más, descubro que en realidad más que un libro, mi favoritos son los cuentos. Me gusta escribir cuentos porque me permiten contar y callar a la vez, jugar con lo explícito a la vez que con lo omitido, sugerir.

En cambio, cuando me preguntan por mis lectura preferidas, apenas dudo. Me gusta leer cuentos. Los cuentos, como los poemas, sirven de plato único, se degustan en un momento, se paladean después largamente y si son buenos dejan un regusto de satisfacción insuperable. Los cuentos, las historias cortas, brevísimas, narran una minúscula parcela de la vida y del mundo, de cualquier tipo de vida y de cualquier concepto de mundo; se nutren de secuencias breves pero nada simples, al contrario, son puntos de fuga que agrandan lo minúsculo, y el cuento, por lo tanto, se convierte en el mundo entero, en toda la vida.

Siempre que los escribo, a su alrededor merodea esa pretensión, ser puntos de fuga. Pues bien, en este libro están reunidos algunos de esos cuentos, concretamente los publicados en la revista Zigzag durante más de tres años, desde el número 109 de mayo de 2000, hasta el número152 de diciembre de 2003. Además, se incluyen siete inéditos, para hacer así menos doloroso el acto de pagar por algo ya conocido. Son en total 66 relatos (un número como otro cualquiera) escritos en su mayor parte para su publicación en la mencionada revista, si bien algunos otros han sido recuperados de un tiempo anterior y revisados para la ocasión.

A los escritores perezosos, entre quienes me cuento sin reservas, aceptar el compromiso de publicar periódicamente algún texto supone, cuando se supera el pánico al posible incumplimiento, un buen sistema disciplinario, que permite mantener la máquina engrasada y un estado de tensión muy interesante; me refiero al hecho de estar pendiente, especialmente pendiente, de cualquier cosa que pueda convertirse en historia, historia breve, muy breve a veces; y cuando digo cualquier cosa, me refiero tanto a la realidad física que nos rodea como a las lecturas que habitualmente nos ocupan. De ambas emanan las ideas que, en el mejor de los casos, terminan convertidas en cuentos, cuentos como grito, como disparo, como risa, como susto, como caricia… Cuentos nacidos para matar al lector muchas veces… con cierto asombro.

CON CIERTO ASOMBRO: algunos cuentos

LA MUERTE APLAZADA

(Dos variaciones sobre un mismo tema inspirado por un pasaje de Negra espalda del tiempo, de Javier Marías)

UNA

Luchó en la guerra y, a pesar de que volvió sin un rasguño, dicen que fue un valiente. Yo debo confesar que lo odiaba ya antes de la contienda y que el hecho de luchar en bandos opuestos me brindaba la oportunidad de matarlo sin contemplaciones, pero fallé, lo tuve en el punto de mira y fallé.

Seguimos caminos diferentes. Yo estudié medicina -soy forense-, él, quién sabe; no nos volvimos a ver hasta hace una semana.

Eran otras circunstancias y otro lugar, él estaba muerto y yo le hacía la autopsia. Una bala le agujereó el pecho y lo mató instantáneamente. Lo raro o lo curioso en primera instancia fue que no hubo disparo, nadie lo oyó ni se descubrió ningún arma. Después, durante el examen forense, descubrimos que la bala  pertenecía a un fusil utilizado durante la guerra y, más concretamente, a un viejo máuser de cerrojo que dejó de fabricarse a mediados de los años cuarenta.

Pero lo más extraño de todo era que aquella bala fue disparada durante la guerra. Lo supe en cuanto vi la muesca, una muesca idéntica a la que yo hice en el proyectil que le tenía destinado y cuyo disparo fallé.

OTRA

Cojo a escondidas la pistola de mi padre. Con un cuchillo grabo en una bala el nombre de mi enemigo, ese estúpido que me ha dejado por la cursi de Marisa. Voy detrás del almacén. Pongo su fotografía, la de mi enemigo, apoyada en la valla y disparo.

Fallé, lo confieso, y mi padre me castigó severamente, también lo confieso.

Recuerdo esto porque mi marido acaba de morir. Íbamos al cine, como hacemos frecuentemente, y de pronto, un impacto en pleno pecho. Él que se mira y se toca, que me mira e intenta agarrarse a mí, pero cae redondo, muerto, la sangre fluyendo de su cuerpo con una normalidad asombrosa.

Nadie ha escuchado el disparo, nadie ha visto a nadie disparar. No hay arma. Pero él está muerto. Y cuando más tarde me enseñan la bala con su nombre grabado a cuchillo, deseo morir, lo confieso.

HILO MUSICAL

De los altavoces, estratégicamente distribuidos por las habitaciones, emana la música. Flota durante un instante en el aire y desciende en parábola hasta quedar suspendida a ras de suelo. Rodea las patas de las sillas, las mesas, las camas… Asciende y pulula  alrededor de los jarrones y las lámparas; juguetea con las cortinas, se filtra por las rendijas de las puertas y los cajones, y se entretiene especialmente con la ropa interior y las especias. Dibujando tirabuzones, crece y abarca la casa entera. Sale a la terraza. Reclama la atención del vecino, que en ese momento está regando los geranios, y la de los geranios, que se estremecen imperceptiblemente. Flota y desciende en zigzag, mecida por la brisa, hasta la acera, donde casi se topa con el cartero, pero lo rodea para dirigirse a la muchacha de traje gris, cabello rubio y piernas interminables; le levanta la cara para que mire hacia arriba, como buscando. La conduce al portal y sube serpenteando entre sus esbeltas piernas por las escaleras, hasta el primer piso, puerta B. Juguetea con los dedos de una mano buscando la llave en el bolso y con los de la otra empuja la puerta, que se abre sola, extrañamente. La envuelve como un sudario intangible y la lleva hasta el dormitorio, primero, hasta la cocina, luego, hasta el salón, después, hasta el equipo de música, por fin, para apagarlo, pero no, porque se aferra a ella, la ciñe perfectamente y aprieta, aprieta sus dedos, sus brazos, su cuello, hasta que cesa el aire y mana la sangre por el corte que ha provocado el hilo… el hilo musical.

ANDROMAQUIA

– ¿Cuándo sale papá?.

– Es el siguiente, ya falta poco.

– Qué alegría tener tele para poder verlo, ¿verdad?

– Sí, hijo, pero me da cosa…

– ¿Tienes miedo, mami?

– Un poco.

– Pues yo no, yo de mayor quiero ser como papá.

– Ya veremos, ya veremos… ¡Mira, ahí está!

– ¡Cómo ha salido!, ¿eh? ¡Vaya pases! ¡Así se hace! ¡Olé!

– Ay, Dios mío…

– Qué elegante. Cómo acaricia el capote… A ver las banderillas… ¡Mira, mamá! ¡Mira!

– No puedo, no puedo.

– ¡Toma! Sabía que éste no llegaba al final.

– Ay madre, qué cornada.

– ¡En todo el estómago! ¡Mi papá es un fenómeno…! Yo voy a ser como él.

– Creo que con un toro de lidia en la familia ya tenemos bastante, porque esto es un no vivir.

– Jo, mamá.

EL LENGUAJE DE LA MANO

Mi mano derecha se empeña en abrir puertas, encender luces, apretar botones, bajar cremalleras y hurgar en narices y otros orificios, con sus dedos insidiosos. No sería nada grave si sólo ocurriese en casa y conmigo; pero fuera y con ellas… Por qué mi mano derecha no se limita a interrelacionarse con otras manos derechas, incluso izquierdas, joder, y se deja de aprender idiomas que me duelen en la cara y los oídos.

APUNTES PARA UNA TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA

– Mira -dijo él sin apenas preámbulos-, antes de que sigamos adelante con nuestra cita, debo confesarte que soy escritor y, por tanto, todo lo que hagamos, digamos e incluso pensemos, es susceptible de convertirse en materia literaria y ser utilizado en mi próxima obra.

– Me parece bien -replicó ella-, porque yo soy quien te ha inventado.

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