Se escribe para vivir
Cuando alguien escribe un libro, sobre todo si es de poesía, piensa que es necesario.
En primer término, para él, también para los amigos y, especialmente, para enrabietar a los enemigos, básicamente para nadie más. La inmensa mayoría de los ciudadanos, los indiferentes, que jamás se enterarán de la existencia del libro, es el sector de población al que hay que intentar restar efectivos, tarea titánica y encomiable pero destinada inevitablemente al fracaso. Según datos del INE recogidos recientemente en los medios de comunicación, una tercera parte de los españoles nunca ha leído un libro. Que sigan así, que así nos va.
Siempre se escribe de lo que se ha vivido, en carne propia o relatado por otros, y habitualmente no suele ser otra cosa que una maraña de temas oscuros e incompletos, imposibles de aclarar por mucho que se intente; de lo que se vive, que suele ser lo más confuso; o de lo que se desea o se teme, que siempre es lo más cierto.
Cuando se escribe poesía, hay que dejarse llevar, ante todo, por la música interior y aquella otra cosa que incomoda la sensibilidad. A veces son cuestiones sociales o políticas, por ejemplo quién ha provocado esta puta crisis que estamos padeciendo y quién se está beneficiando de ella; a veces son preocupaciones amorosas, éticas o estéticas, y siempre asuntos propios que necesitamos exponernos y exponer a la pública y distraída concurrencia. Esto último se hace por si a alguien se le ocurre algo en lo que tú no habías pensado, y en caso de que suceda, poderlo aprovechar para el próximo texto.
Todo libro no es más que un viaje, como en todo viaje lo importante no es a dónde vas, sino de dónde huyes. Los poetas, los que merecen tal nombre, nunca huyen de esa masa informe, inasible y proteica denominada «realidad», la suelen encarar con ese desprecio por su integridad física que sólo asumen los nocturnos torerillos de cortijo y los beatícos manifestantes antideshaucios. De la realidad huyen despavoridos los grandes empresarios, los todopoderosos banqueros y sus representantes legales, los políticos profesionales. Huyen de su insaciable codicia y de los incontables sufrimientos que provoca.
La poesía se deja coger, y digo coger también para los argentinos, por los locos, los enfermos y hasta por los presos, como decía el gran poeta inglés John Donne del amor, pero nunca por los excesivamente ocupados, porque la poesía, aunque no sea amorosa, comparte con el amor demasiados campos. La única premisa inexcusable en ambas tareas es prestarle la dedicación suficiente. Y ya puestos a pedir, lo que debe exigir todo lector atento al poeta es que sea honesto y que actúe con libertad, esa entelequia para la inmensa mayoría de los ciudadanos comunes.
Por vivir, se escribe
Entre los bofetones con que nos regala la realidad con más frecuencia de la deseada, se cuela a veces alguna caricia que nos reconforta y anima a ser algo más optimistas, a la vez que más activos, para resistir y contraatacar. Con esa intención nace esta obra.
Panorama y rendija es un poemario escrito con rabia, indignación y algo de melancolía; hace referencia a la sociedad, a la situación tremenda en que lleva inmersa varios años, a los cambios tecnológicos que están modificando algunos de nuestros hábitos, y a esos habitantes que la pueblan, llamados políticos, y que tan lamentablemente se comportan a veces. Habla también de buscar un sitio o una posición desde donde poder enfrentar ese mundo, procurando, a la vez, no ser absorbido por sus perversiones, ser capaz de mantener cierto grado de limpieza y de ilusión, poder acogerse a sagrado en el santuario personal que cada uno quizá levante en su propio interior.
Vivimos buenos tiempos para la lírica, quién lo iba a decir. La poesía adopta nuevas formas para emocionar y son los jóvenes quienes están jugando un papel excepcional en ese sentido, si no consumiendo, sí utilizando la poesía como herramienta de expresión y militancia, a través del rap.
Los raps del disco que acompaña al libro, sin estar compuestos pensando en el panorama y la rendija de los poemas, son también una espléndida muestra de una actitud crítica y reflexiva sobre el mundo y la vida, y expresan también la necesidad de un sitio propio en ellos. Raps y poemas, poemas textuales y visuales, estos últimos creados tanto para ilustrar a los primeros como para sacudir estéticamente al lector, se complementan y ofrecen una visión más completa y cómplice de este momento que atravesamos desde puntos de vista diferentes, desde momentos vitales alejados y, por ese mismo motivo, tan coincidentes.
Desde la honestidad y la libertad, este libro intenta coger la realidad por donde más nos duele. A ver si lo conseguimos.
Carlos Lapeña
Fernando Ferro
Panorama y rendija.
Algunos poemas
I
El panorama desde la rendija
es desolador.
Pero es fácil decirlo
desde la rendija.
II
Estoy bien informado
por radio, tele, periódico,
por compañeros de trabajo,
por amigas y amigos, por vecinos,
por la página de inicio de mi ordenador
y los mensajitos que llegan a mi teléfono móvil.
Estoy bien informado, desde luego,
y entonces, ¿esta desazón?,
¿este no saber nada de nada?,
¿este bolo de rabia que regurgito ahora
y vomito en forma de blasfemia
y la más pura escatología?
«Nada grave –me dices–,
un efecto secundario
de tu dosis informativa diaria.
Mañana, al despertar,
serás de nuevo virgen, yo me encargo».
Y me guiñas tu luz roja como un ojo.
III
En mi permanente estado de sospecha,
soy incapaz de hallar nada fiable
en lo que leo
y utilizo mis novelas de bolsillo
para envolver el pescado
que acabo de comprar
y que tampoco comeré.
IV
Por la rendija entra la luz,
el agua, el aire… Es pasadizo
la rendija.
Esperanza, la rendija.
Hay mundo más allá de la pared.
Por la rendija sale el agua, el aire,
la luz también se va por la rendija.
No todo está perdido,
la rendija regala la sospecha,
a través de la rendija nos salvamos.
Tendremos que afilarnos más las uñas.