el 23 de abril por la mañana.
Un temblor sorprendente, sin aviso,
sacudió por completo el edificio.
Fue un temblor imponente y poderoso,
pero no hubo ni heridos ni destrozos.
Sí causó en los cimientos la fractura
que al cole liberó de su atadura
y, como si se hablara de una nave,
el colegio flotó libre en el aire.
¿Queréis saber por qué quedó flotando?
Esta fue la razón, oído al canto:
El colegio al completo celebraba
el día dedicado a la palabra
escrita, el 23 de abril, leyendo,
desde los de infantil a los de sexto.
Cada quien a su ritmo, cada clase,
en silencio, en voz alta, en todas partes,
todo el mundo leía y el ambiente
se llenaba de historias diferentes.
Y en un momento dado, en uno de esos
extraños y escasísimos momentos,
todos quienes leían, ya veréis,
pasaron cada página a la vez.
Al mismo tiempo, páginas que pasan
para seguir leyendo, el viento se alza
y sucede el temblor y el cole flota
en el aire de abril.
Pero hay más cosas.
“¿Y qué hacemos ahora?”, dijo un maestro.
“Yo quiero conocer el fin del cuento”,
dijo una de infantil. “Y el del poema”,
añadió uno de quinto, “me interesa”.
“Bien, pues no hay más que hablar”, dijeron todos,
“seguiremos leyendo como locos”.
Y con tanta lectura estimulante
se movió aquel colegio por el aire.
Las palabras leídas lo impulsaban,
y emprendió un largo viaje desde Parla.
Sobrevoló ciudades y montañas,
selvas y bosques, mares esmeralda.
Conoció aventureros y científicos,
artistas, comerciantes y políticos,
pero también soldados y piratas,
y animales salvajes y de granja.
Y pudo sumergirse en el océano
y, como un submarino, recorrerlo.
Y subir y subir hasta el espacio,
y llegar a la luna (a su otro lado),
y viajar más allá, a otras galaxias
donde encontró otros seres y otras máquinas.
Ocurrió que el colegio X de Parla,
propulsado por libros y palabras,
pudo viajar no solo por espacios
escritos y leídos, y pensados;
también pudo viajar por todo el tiempo,
al pasado y al futuro más incierto.
Pudo incluso cambiar algunas leyes
porque cambiaba el mundo del presente
por otros mundos nuevos, intangibles,
donde y cuando otras cosas son posibles.
El mundo de las brujas y los ogros,
el mundo de fantasmas y de monstruos,
el mundo de conjuros, maldiciones,
ungüentos y deseos y canciones.
El mundo donde lobo, piedra y árbol
piensan, hablan y actúan como humanos.
El mundo, en fin, de formas y colores
que juegan con modelos y emociones.
Y cuando parecía que aquel viaje
nunca se iba a acabar, se oyó a una madre:
“Anda, cariño, baja ya, que es tarde,
tenemos que comer, tenemos hambre”.
El colegio volante había llegado
al mismo sitio del que había zarpado.
Con tacto, se posó sobre la tierra
y los viajeros salen por la puerta.
Cansados y risueños, divertidos,
no paran de contar lo que han vivido.
Y se marchan a casa satisfechos,
porque, además, conocen el secreto
para poder viajar otra mañana
en su nave-colegio X de Parla.
Carlos Lapeña Morón
Marzo-abril de 2020. Durante el confinamiento por COVID-19
Ilustración de Inés Beckmann