El cuento podría resumirse de la siguiente manera:
Unos personajes ciegos, cuya cantidad, naturaleza y ocupación varía según las versiones, ven alterada su vida con la aparición en su mundo de un ser desconocido. En unos casos no se aclara qué es hasta el final, aunque el lector lo va viendo página a página; en otros se anuncia desde el principio que se trata de un elefante. En cualquier caso, los ciegos deciden investigar ese ser nuevo y, por turnos, cada uno explora exclusivamente una parte y llega a una conclusión, que en nada se parece a la de los demás ciegos.
La historia termina de dos maneras posibles. O bien los ciegos ponen en común sus conclusiones y, con la suma de todas, averiguan la verdad del elefante; o bien cada uno se empecina en su conclusión negando las demás, por lo que ninguno sabrá cómo es un elefante, o lo que es igual, si no peor, cada uno seguirá siendo feliz tan cargado de razón como de ignorancia.
Conozco cinco álbumes ilustrados que tratan este tema, cada uno de una manera y todos especialmente originales, interesantes y hermosos. Son éstos:
Siete ratones ciegos, de Ed Young (Ekaré, 2001)
Este álbum de gran formato es negro como boca de lobo o, mejor dicho, como visión de ratón ciego.
En esta versión del cuento, los siete protagonistas, cada uno de un único y llamativo color, ven alterada su rutina con la aparición de un Algo Muy Raro. Cada día de la semana, un ratón explora una parte de ese ser, hasta que el domingo el ratón blanco suma las partes y esclarece el misterio.
Ed Young arma un libro visualmente espectacular: el fondo negro -el mundo que rodea a los ratones- sirve para resaltar los colores de los personajes y los objetos de forma similar a como ocurre en el teatro negro.
Narrativamente, el autor construye una obra muy bien estructurada: por un lado, juega con el número siete (siete ratones y siete días); por otro, juega con la distribución texto-ilustraciones en las páginas: en las pares, el texto y los ratones en su madriguera; en las impares, alternancia de un ratón más la parte del Algo Muy Raro explorada o el objeto con el que la identifica, mostrándonos las analogías de forma magistral. Cuando se descubre el pastel, la distribución cambia y es en la página impar, “detrás” de la ilustración, cuando leemos el final de la historia y saboreamos la guinda en forma de “moraleja ratoneja”.
Un libro negro lleno de luz. Una delicia.
Tres ciegos y un elefante, de Claudia Rueda Gómez (Imaginarium, 2002)
En esta versión del cuento hindú, sabemos desde el principio que hay un elefante y los tres hombres ciegos que pasan por allí se dedican a investigar cómo es. En esta ocasión, los hombres se empecinan y se quedan sin conocer la verdadera forma del elefante.
Me llaman la atención dos aspectos de este álbum. Por un lado, las ilustraciones de Claudia Rueda, a lápiz, que combinan el esquematismo más simple con el dibujo más elaborado, en la misma ilustración, lo cual da al álbum una nota de originalidad expresiva muy interesante. Por otro lado, el final del relato, donde nos sorprende el texto invadido por el homeoteleuton, a modo de moraleja fonética, que cierra la historia de forma más o menos acertada, aunque, en cualquier caso, también original:
Con mucha imaginación y bastante obstinación, los tres ciegos se alejaron continuando su discusión dejando al elefante indiferente a la conclusión.
En la noche, de Gita Wolf, Sirish Rao y Rathna Ramanathan (Thule, 2005)
Cinco amigos vuelven a casa en “una noche sin luna, negra como ala de cuervo”. En esta versión de cuento no son ciegos y desempeñan diferentes oficios (albañil, pescador, leñador, jinete y músico). Cada uno asocia la parte correspondiente del extraño ser con algo relacionado con su oficio (una puerta, un pulpo, una fusta…) y discuten entre ellos durante toda la noche, hasta que con la llegada de la luz de día conocen la verdadera respuesta al misterio. El cuento termina con una pregunta: “¿Tenían razón? ¿O se habían equivocado?”. Así, es el lector quien deberá responderla, relacionando las ilustraciones con la conclusión a la que llega cada personaje.
En esta ocasión no hay nadie dentro de la historia que sume las diferentes impresiones particulares para conocer la verdad, es alguien externo, el lector, el que deberá hacer ese esfuerzo, por otra parte, sencillo y lúdico.
El libro de Thule es de pequeño formato (15 x 15 cm.) y está elaborado siguiendo la tradición artesanal, impreso en serigrafía y con papel hecho a mano (y metido en una bolsita ad oc).
Los seis ciegos y el elefante, de Pilar Obón y Manuel Monroy (Nostra, 2005)
Esta versión de cuento popular nos muestra a seis ciegos paquistaníes que desean conocer cómo es un elefante y, para ello, peregrinan hasta la India. Allí conocen al mahout -cuidador- Sidharta y a su elefante Pantaleón. Cada ciego explora una única parte del animal, llega a una conclusión y los seis regresan convencidos de que cada uno de ellos es quien tiene la razón.
En esta ocasión, la historia es narrada de forma más extensa que en otras. Junto a una breve introducción sobre la India y los elefantes, se añade la figura del cuidador, inexistente en las demás, que desempeña el papel de intermediario entre el animal y los ciegos, pero también entre la historia narrada y el lector, de tal forma que será él quien exprese la enseñanza final de la fábula:
– Ya lo ves, Pantaleón. En vez de tocar todo tu cuerpo para saber realmente cómo eres, sólo tocaron una parte, y creyeron que esa parte eras tú. Eso te enseña a no dejarte engañar por los detalles.
Además, en esta ocasión, el narrador hace intervenir más activamente al animal, mostrando sus sentimientos cuando oye las conclusiones de los ciegos, e incluso aparece un nuevo personaje: un pequeño ratón que atemoriza al enorme elefante. En resumen, hay más elementos accesorios, que enriquecen el ambiente del cuento, pero que, a mi juicio, son prescindibles.
El álbum es de pequeñísimo formato (12 x 12 cm.), con ilustraciones muy expresivas, aunque no sé si favorecidas -igual que le ocurre al texto- por el cambiante color de las páginas.
La verdad del elefante, de Martin Baltscheit y Christoph Meitt (Lóguez, 2009)
En esta ocasión, son cinco científicos ciegos los que pretenden saber cómo es el animal que se ha interpuesto entre ellos y el sol. La exploración parcial de cada uno le lleva a una conclusión más disparatada que la anterior, hasta que el animal, aburrido, decide seguir su camino. Al rato, se les acerca el director de un circo preguntando por el elefante que ha perdido, para cuya descripción utiliza las mismas imágenes que ellos han utilizado.
Esta versión del cuento popular es quizá la más humorística de todas las comentadas hasta ahora. El tono formal y frío de la narración, imitando el lenguaje científico, acentúa el efecto cómico, muy bien subrayado por las ilustraciones, originales y creativas.
No hay en esta ocasión moraleja explícita y el final de la historia deja dos posibles conclusiones: o los personajes se quedan sin conocer la verdadera forma del elefante, o fingen eso para no admitir su errónea deducción.
Como curiosidad, los cinco científicos tienen nombre propio. Son: Robert, Max, Reinhold, Gustav y Charles. Cada uno aparece rodeado de algunos objetos que, seguramente, deberían darnos alguna pista sobre su identidad real. Yo sólo reconozco a Darwin, pero estoy seguro de que los demás también reproducen a científicos históricos, por ejemplo:
Robert Koch (1843-1910), el del bacilo; Premio Nobel de Medicina en 1905,
Max Planck (1858-1947), fundado de la teoría cuántica y Premio Nobel de Física en 1918, Johann Reinhold Forster (1729-1798), naturalista y explorador y Gustav Herglotz (1881-1953): físico, matemático, astrónomo y famoso conferenciante alemán.
Se admiten enmiendas.